¡La feria de verdad es una fiesta popular!

¡La feria de verdad es una fiesta popular!

El pasado sábado 17 de agosto, mucho antes de que finalizara la primera jornada de feria en el centro histórico, un operativo sorprendentemente numeroso de la policía local interrumpió de manera abrupta la celebración vecinal que La Casa Invisible había convocado en calle Nosquera.

Una vez más, niñas, niños y mayores demostramos que en momentos como aquel, en La Casa Invisible y sus alrededores, sabemos resistir solo con la alegría que producimos en medio de estos encuentros populares —en este caso, todo hay que decirlo, también llevábamos pistolitas de agua y algún que otro globo, claro—.

- ¡En un piso turístico esto no pasaría! ¡La feria de verdad es una fiesta popular! ¡La Invi se queda!

Estas eran algunas de las consignas que coreábamos mientras rodeábamos el cordón policial, antes de recuperar el espacio y darle el cierre que merecía esta bonita manifestación de alegría vecinal.

Pero, hasta la llegada de los agentes ¿qué estábamos haciendo exactamente?

Este año un puñado de compañeras de La Invisible nos habíamos propuesto darle una pensadita a la feria y decidimos ensayar una vuelta a la fiesta popular y vecinal, que en tiempos inmemoriales, llenaba de color el centro durante buena parte del día. La feria que se perdió en el recuerdo de quienes la más de las veces, hemos sido expulsadas de nuestras casas, de nuestros barrios. Una feria heterogénea, expresión de las vidas que componían y habitaban la ciudad; una feria a ratos oficial y a ratos autogestionada, improvisada, imprevista.

Durante aquella feria —que misteriosamente hemos borrado de la memoria colectiva— pasabas por una plaza central, con su buen tinglao, con su escenario y su equipo municipal y de repente, en la calle que seguía, al revolver, lo que normalmente era una frutería había instalado su propia barra y sonaba la música que en ese momento le encartara a la primera comadre que se pasaba por allí. Mientras tanto, dos o tres metros más allá las vecinas de un barrio de Carretera de Cádiz habían montado su propio chambao y compartían con cada feriante sus buenas tortillas de papas y sus tintos con casera blanca. Más allá la siguiente plaza… y así hasta descubrir el centro desbordado por la expresión verdaderamente popular de la fiesta.

¿Alguien recuerda aquella feria?

Frente al deterioro de la feria del centro, convertida, ya no en un botellódromo, sino en un circuito cerrado y restringido a los mismos empresarios que han homogeneizado el ocio nocturno en el centro, La Invisible ha intentado recuperar, al menos durante un día, aquella tradición feriante de las vecinas, sacando unas mesas a la calle, poniendo música desde los balcones y jugando una batalla naval que sin duda fue, aunque muchos y muchas aún no lo sepan, el momento más sano y divertido de toda la feria.

Es decir, que intentamos desmercantilizar la feria en nuestro propio encuentro, a la vez que facilitamos la participación de todas y todos sin distinción de edad; pura diversión en las calles y desde abajo. Sin violencia física ni económica y con mucha, mucha agua.

Entonces ¿cuál es el problema? En el mismo momento en el que la policía, con la excusa del sonido nos obligó a parar de bailar, a dejar de jugar, a dejar de comer y saltar —con una actitud más que vehemente, llegando incluso a romper y tirar parte de nuestros enseres— varios apartamentos turísticos de Carretería y más de tres y cuatro cofradías la montaban de lo lindo. Música a todo trapo y sin encontrar oposición. Y bueno, justo en feria, es comprensible ¿no?

Entonces, insistimos, ¿cuál es el problema?

El problema es estructural. La ciudad que pretende Paco de La Torre, la ciudad turistificada y vaciada, sin vecindad, no puede permitir que su centro, el centro neurálgico del gran parque de atracciones en el que pretenden convertir Málaga, se vea desbordado por las propias vecindades resistentes. La feria popular y vecinal es una expresión alegre de las vidas que aún sostenemos la ciudad desde los márgenes y, más aún, es una muestra de nuestra capacidad para tomar el centro como demostración festiva de nuestra potencia; la potencia de las de abajo.

En el esfuerzo de la administración neoliberal por empujar la feria al Cortijo de Torres existe un fondo clasista y estratégico fundamental: la feria, si es en el centro, debe ser ordenada y conforme a las exigencias del turismo y la patronal hostelera. Con la semana santa, por ejemplo, pasa exactamente los mismo. Todo lo demás lejos, a poder ser, en la periferia.

El botellón es una excusa para robarnos y expulsarnos, al igual que la supuesta delincuencia, suciedad y deterioro de los barrios que rodean la almendra —y que son abandonados con esta función— se usan para dinamizar los procesos de financiarización de esos entornos barriales. Nuestra alternativa a la feria que hay ahora y que tampoco nos gusta, no es la prohibición y el desplazamiento, sino la autoorganización vecinal de la propia feria.

Estamos muy contentas por este primer experimento, esta primera vuelta de tuerca, y no solo lo vamos a repetir en 2025, sino que estamos convencidas de que otras vecinas y negocios locales estarán más que dispuestas a enredarse con nosotras.

Es el momento de recordarle a Paco de la Torre y a todos sus amiguetes que no es tan fácil como creen, nunca nos iremos del todo. Si piensan que vaciando el centro de vecinas tienen la feria —y el propio centro de la ciudad— en su bolsillo, les recordamos que hay un palacete poblado por irreductibles… ¡INVISIBLES! que tienen imaginación de sobra para seguir abriendo fugas a la alegría de las vecinas y sus fiestas, que son las fiestas de verdad.

La batalla naval, la risa, la carcajada, las calles mojadas… eso ya ha sido y como ha sido será. La risa, el globo, la espalda mojada. ¡La alegría no se puede desalojar!

¡Que viva la feria de las vecinas!

Daniel Machuca Rovira 18/08/24